Por Gabriela Urrutibehety
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El lector que escribe un diario lee “La lección del maestro” de Henry James y piensa que tal vez no sea tan cierto lo que dice la contratapa de que se trate de una “novela para escritores”.
En principio, al lector que escribe un diario le agrada la forma “nouvelle”, ese género que se resiste a ser considerado solamente por su extensión, como una forma “ni ni”: ni cuento ni novela. La nouvelle es, piensa el lector que escribe un diario, un buen género para desarrollar tensiones de una manera diferente a la que la que permite el cuento, aunque mantenga, como aquel, la concentración que le da la brevedad. Los ambientes -James es un maestro en esto, cree el lector que escribe un diario- cobran un protagonismo mayor, sin abandonar su lugar de fondo y los personajes tiene ciertas posibilidades para la contradicción.
Si la novela es un boxeador que gana por puntos y el cuento, uno que gana por knock out, la nouvelle, al menos esta nouvelle, es el lugar propicio donde el comentarista puede tener tiempo para incluir al árbitro y, muy de vez en cuando, dejar oír el griterío de la tribuna.
La historia gira en torno a tres personajes: el joven escritor Paul Overt, la joven Marian Fancourt y el escritor consolidado y exitoso, Henry Saint George. Overt y Miss Fancourt admiran a Saint George, quien actúa como el “maestro” del título, dándole un consejo al joven que resulta el núcleo central de la trama, la “lección” de la que habla el título. Marian, como cualquiera se puede imaginar, actúa como la atracción femenina entre ambos.
Pero también hay un cuarto personaje que el lector conoce básicamente a través de las referencias de los demás, especialmente de Saint George: su esposa. Dos boxeadores, el árbitro y la tribuna. En la escena central de la nouvelle, cuando Saint George le aconseja –casi le ordena o aun, le suplica- a Overt que elija entre la vida y el arte, la figura de la mujer, ausente del lugar pero presente por sus obras, es el eje de buena parte del diálogo.
Saint George le cuenta a Overt de qué manera ella ha diseñado no sólo el gabinete donde escribe de modo que pueda “ahorrar muchos meses de trabajo” sino su carrera hasta llegar al lugar que ocupa: el éxito social, mundano, literario y económico de Saint George han sido previstos y trabajados por la señora Saint George sin descanso.
James es un maestro de la ambigüedad: tras la elegancia, están las tensiones. Un discurso que se centra en las relaciones humanas y en la construcción de un mundo en el que, si bien en un principio todo es claro y diáfano, el lector jamás termina por encontrar la certeza de que algo es así y no podría ser de otra manera. Todo vacila, todo tiene otra posibilidad, otra alternativa. Nada está definido.
El lector que escribe un diario tiene, mientras relee los consejos del maestro y las escenas finales de la novela , la sensación de que ha sido captado por un mecanismo sutil, refinado, de perfectos modales caballerescos, que lo ha ido enredando sin darse cuenta y lo ha conducido a un bello lugar que se va revelando como cualquier cosa menos cómodo. Un lugar en que no se sabe muy bien, por ejemplo, quién enseña a quién ni, mucho menos, qué es lo enseñado.
Porque en el mundo de las relaciones humanas, al menos tal como las pinta James, sean o no sean escritores los vinculados, la necesidad lógica y el orden taxativo no son precisamente la regla. Algo así decía Baudelaire: “El mundo solo funciona por el malentendido. Gracias al malentendido universal todo el mundo está de acuerdo. Porque si, por alguna desgracia, la gente se comprendiera, no podría jamás estar de acuerdo”.
Al malentendido universal que propone Baudelaire corresponde, piensa el lector que escribe un diario, la ambigüedad que postula James como modo de percibir los vínculos entre las personas.
Aunque del acuerdo, habría todavía mucho para seguir discutiendo.